La Plaza de todos, a la espera de la llamada, por Ceferino Namuncurá

La Plaza (de Mayo) es, para quienes abrazamos las banderas del General y de Evita, la síntesis de nuestras luchas, el cabildo de nuestro sentir popular, la génesis de nuestra construcción colectiva, el signo de nuestras rebeldías y el lugar donde rompimos mitos, tabúes y estigmas. En definitiva, el ámbito donde el ser peronista se expresa como pueblo sin nadie afuera.

Fue y es el elemento igualador por antonomasia, pero también el del afecto más profundo expresado en el abrazo con quien está al lado, con quien se da vuelta o con quien nos sorprende de atrás para conjugar el “hasta la victoria siempre”, el pedestal en el que se armoniza como en una sola voz colectiva “los muchachos peronistas”, donde nadie es rey pero todos tenemos un reino.

Ese legado es intransferible e irrenunciable, es la migración algebraica de nuestra política, nada de sumas, solo la multiplicación, la clave del porqué todavía estamos, del porqué todavía se produce espanto, en la medida en que, parafraseando a Rilke, “el genio es siempre espanto de su tiempo”.

Como todavía retumba en esa plaza la voz del General, su mensaje, su impronta y su genio, no ha dejado de ser el hito histórico a conquistar por la “derecha”, la bandera a replegar. Y, para nosotros, en la tibieza de estos tiempos, el “alerta” y el vértice para honrar lo que es nuestro por legado, el peronismo como herramienta de transformación de nuestra patria.

Tal vez resulte injusto, tal vez no se comparta, pero aun así me animo a gritar, a rebelarme, a esperar la llamada que no llega a quien escribe y a quienes no lo hacen pero lo piensan, para ser parte, solo eso, ser convocados, ser cautivados por nuevas batallas a librar. No solo es necesario, es apremiante que quienes lideran los espacios populares se tomen el tiempo que hasta el momento no se han tomado. Me mueve y nos mueve una única convicción: no resignar nuestra decisión de ser parte.

Perdida la batalla comunicacional, en duda la batalla barrial, “con la ñata frente al vidrio” al ver que el sujeto social parece ser el empresariado más que los laburantes, incrédulos frente a la profesionalización de la función pública cada vez más alejada de la del servidor público, exasperados con la tibieza, la inoperancia y la burocracia de un sector del gabinete, cada uno “solo como un cero solo”, como decía el Polaco, están los militantes en los lugares que deberían ser de discusión y lucha, desconfiados ante tanta falta de planificación y de hombres y mujeres que deberían llevar a cabo las políticas públicas, nostálgicos de los planes quinquenales fundacionales, impávidos con la transformación de la lucha del pueblo en lucha de espacios. Es lo que podría describirse y escribirse como “una canción desesperada”.

¿Vemos lo mismo? Me pregunto y se los pregunto. Los medios estableciendo agendas, la oposición disfrutando del espectáculo hecho público de nuestras diferencias, los sectores más reaccionarios de la política haciendo pie en bastiones del peronismo, barriadas coloreadas por la desinformación, jóvenes tomando birra y desaliento, todo enmarcado en una impunidad frente a la cual no tenemos respuesta.

Hablé de multiplicación, ¡sí! Lo hice y lo suscribo, puesto que vislumbro el abismo cada vez más cerca, porque hay como una fuerza que nos está llevando “a la utopía o el nihilismo”, a recluirnos en nuestras casas a ser espectadores o a “arreglar el mundo” en nuestros micromundos. Al menos a mí cada vez me parece más cercana esa quimera, y no es lo que quiero, no es a lo que aspiro y menos lo es transformar mi militancia política en un lugar de mera existencia.

En mí humilde entender, convocar es la respuesta. Pero ¿convocar a qué? Es una pregunta en búsqueda de una respuesta con esencia: basta de lo coyuntural, la superficie es para los necios, para los indiferentes. Los peronistas queremos volar, aspiramos a nuevas dimensiones de vida, para nosotros y para los otros: para nosotros donde estén los jóvenes que despiertan a una política que les dé respuesta, para los humildes que esperan lo que la política les prometió, para los viejos en aras de construir nuevos legados, como nos enseñó el General. La mirada retrospectiva no precisa ir demasiado lejos, solo unos años: alcanza con llegar al 2003.

Intendentes recibidos por el presidente y el gabinete en la Rosada; la política llegando a los lugares donde cada argentino eligió para vivir; el mapa de acción tan grande como el geográfico; la reparación histórica con un federalismo profético; los nuevos umbrales sociales; la internalización por parte de cada uno de nosotros de ser engranajes de un proceso de transformación histórica; la incorporación de quien hasta ese momento era diferente; la recuperación de la mirada geopolítica, mediante la cual nuestro país ocupaba un rol protagonista. Con eso basta y sobra.

¿Pero alcanza? No, evidentemente. Todo ese esfuerzo militante, todas esas vidas entregadas por una patria mejor a ser vivida, se diluyeron en cuatro años: bastaron solo cuatro años para reconstruir, para derrumbar, para hacer añicos sueños. Es imperioso, tanto como resignificar nuestras mejores políticas, también hacer un análisis profundo del por qué se perdió en 2015, deuda que todavía está pendiente. Sin olvidar la tragedia de la pandemia, y hoy de la guerra, es imprescindible tener una mirada auscultadora del porqué de tantos errores no forzados, del porqué de tantas retractaciones, del porqué de la ausencia de tantos estadistas en el gobierno como en nuestros cuadros, del porqué de la falta de nuevos paradigmas que enamoren a nuevos protagonistas de esta gesta que necesita el campo popular y nuestra Argentina.

Esta es, entiéndase, solo mi mirada, solo una inquietud que comparto para interpelar a quien lea estas líneas, porque también a mí me interpela. Quizá la respuesta a estas cuestiones esté más cerca de lo que pensamos… Se me ocurre: nuestros funcionarios bajando al llano –desde aquí también se ve el país–, dando la discusión con quienes no están de acuerdo, esclareciendo a quienes dudan, dándonos fundamentos para ser transmisores y defensores de las buenas causas, pero fundamentalmente para descubrir que hay otras miradas, que hay otras voces, que hay mujeres y hombres dispuestos como siempre ha sido en el peronismo a nuevas renuncias individuales en función de un proyecto colectivo sin excluidos.

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