Ella quería olvidarse de su historia, cortar un vínculo repleto de malos recuerdos que tenía de sus padres adoptivos. Ella, además, desde los seis años se sintió “rara” y empezó a indagar las causas en internet, para darse cuenta de que, en realidad, se sentía mujer. De cómo se alcanzaron esos dos deseos, se trata esta nota.
Desde los 2 a los 12 años era un varón quien vivía junto a sus hermanos y hermanas en una institución bonaerense. A esa edad una pareja del alto valle rionegrino lo adoptó otorgándole su apellido, parecía que el sueño de una familia era posible. Pero dos años después esa situación culminó en la práctica. Hoy, también se materializa con su nueva identidad.
Así lo cuenta: “Lamentablemente la adopción no funcionó, yo no me sentía hija de ellos, no me sentía bien, empecé a escaparme cada vez más seguido. Yo no quería estar más con ellos”.
“Quizás querían un varón”, ensaya a modo de argumento que justifique el trato recibido.
A partir de allí comenzó en Viedma un nuevo camino de institucionalización y fue en el CAINA varones donde por primera vez pudo plantear sus sentimientos. En “algunos” operadores encontró un oído donde poder decirlo y en sus propios compañeros -después de la primera reacción de sorpresa- encontró apoyo. Finalmente -dice- “hicimos el procedimiento todos juntos”.
“Fue un proceso que a mi me costó mucho, yo no quería ni el prejuicio ni el rechazo, pero tampoco sentirme así, siendo algo que no era”, cuenta.
Cambio de género
El trámite legal implicó no sólo el cambio de género e imagen, sino además del nombre completo, “un nombre que me identifique, que busqué por internet” y que fuera además (a partir del cambio de apellido) un corte con aquella adopción de la cual no quería tener recuerdos.
El proceso fue impulsado por la joven con el acompañamiento del Ministerio Público de la Defensa, a través de la Defensora de Menores Laura Krotter, quien presentó la demanda a fines de agosto del año 2020. La sentencia, suscripta por la Jueza Carolina Scoccia, destaca que la joven “a los 12 años llegó a esta provincia y, a partir de ese momento, modificó su apellido de origen por el de sus adoptantes, quienes (dos años después) tomaron la decisión de cesar en el ejercicio de las responsabilidades parentales de manera voluntaria y consciente”.
“Nadie la identifica ya con el nombre de pila con el que fue inscripta, en tanto en su vida de relación social y afectiva ya se efectivizó el cambio que aquí se solicita formalizar, habiendo transcurrido ella por un proceso interno que ha logrado consolidar la presente petición”, destacaba el requerimiento de Krotter.
En ese sentido, la sentencia agrega que “de lo conversado en la audiencia mantenida con la joven, claramente quedó acreditado que se autopercibe como mujer, se encuentra contenida y asesorada por un grupo de pares”.
Intervencion
En cuanto a la intervención judicial, sólo aparece necesaria por la falta de consentimiento de sus progenitores ante la minoría de edad que tenía la adolescente al momento de iniciar el proceso, “toda vez que a la sanción de la ley de identidad de género implicó la despatologización y la desjudicializacion de la identidad de género y tuvo como fin establecer un procedimiento que permita a las personas ejercer su derecho a la identidad, bastando su decisión personal y autónoma, limitándose el Estado a garantizar el derecho a ejercer la libertad de escoger y vivir acorde a como se autopercibe”.
Hoy, con su nueva identidad percibida y explícita en el Documento Nacional de Identidad, siente que las cosas, finalmente, se acomodan. “A partir de charlas con un operador decidí que quería volver a vivir a Buenos Aires; él me contactó con una amiga, una mujer trans con la cual me empecé a relacionar y que se reconoció en mi historia justo cuando yo iba a tirar la toalla y a renunciar a todo», finaliza.