Si el malestar social está vinculado al desempleo, hay que trabajar en este marco con políticas públicas a mediano y largo plazo y con programas de políticas sociales que acompañen el proceso de crecimiento más allá de los gobiernos de turno. El acostumbramiento de los planes sociales para un sector vulnerable de la población, si bien no se discute que es producto de la necesidad, no es bueno para el desarrollo, la independencia y el crecimiento personal.
La exclusión está a la orden del día, eso lo sabemos todos y no es necesario ser un investigador para llegar a semejante conclusión. Convengamos sí que la situación de exclusión está generando distintas problemáticas que el Estado no logra resolver fehacientemente. Numerosas familias se ven desintegradas, jóvenes que no ven un futuro prometedor, son rehenes de una situación realmente preocupante que desencadena en situaciones de grave deterioro social, producto de la desigualdad, donde algunos tienen una vida hecha, con mucho poder adquisitivo y otros en el marco de una pobreza extrema debido a la falta de trabajo y carencias propias de un modelo económico que es el que la va generando y fortaleciendo, dependen de planes sociales que no son aprobados o bien vistos por el resto de los integrantes de las comunidades.
En consecuencia se debería proponer que estas cuestiones sociales sean abordadas a través de políticas integrales fuertes e inclusivas y que la pobreza y los problemas no sean tomados sólo a manera de contener, sino integrar a todos, esto se puede llegar a lograr con políticas conjuntas entre organismos públicos que le dediquen una buena parte del tiempo a proyectos de desarrollo y empleo que faciliten a largo plazo estabilidad en todo sentido.
Si el malestar social está vinculado al desempleo, hay que trabajar en este marco con políticas públicas a largo plazo y con programas de políticas sociales que acompañen el proceso de crecimiento más allá de los gobiernos de turno.
El Estado Argentino muy pocas veces supo mantener políticas públicas destinadas a paliar la situación de pobreza. Generalmente lo hizo con programas de contención o asistencia social, pero sin solucionar los problemas de fondo. Programas con muy buenas intenciones pero en muchas ocasiones no monitoreados y manejados por “punteros” puestos a “dedo” en cargos específicos, provocando un descontrol y mal manejo de presupuestos destinados a fines sociales determinados, generando una fuerte burocratización y falta de equidad en la tarea distributiva.
Por consiguiente, la extensión en el tiempo de las malas políticas, han producido a su vez, la extensión en el tiempo de la “pobreza” con consecuencias graves para la sociedad, sumado al poco interés o la poca capacidad para revertir tal situación.
La década del 90 impactó muy fuerte en la región con la “desvinculación” de trabajadores, o los “retiros voluntarios”, el deterioro de “parques industriales” y pequeñas y medianas empresas, generando costos sociales graves e irreversibles y desempleo, destrucción de la pequeña y mediana industria y el florecimiento de productos de consumo berretas y baratos (hay que recordar por ejemplo, en Viedma, el auge de la apertura de negocios del tipo “todo por 2 pesos” que en su gran mayoría los propietarios fueron ex – empleados desvinculados de empresas estatales que luego fueron tercerizadas).
El Estado sólo actuó a manera de atenuar la crisis con programas sociales de bajo presupuesto y no contando con la capacidad suficiente más que para realizar contención social y atender emergencias, sin generar recursos o fomentar reales inversiones de empresas para generar trabajo genuino y resolver problemas de fondo.
A largo plazo este deterioro social vino acompañado por una gran demanda laboral y un gran batallón de desocupados, más precariedad laboral, situación familiar inestable y con salarios que no logran cubrir en algunos casos las necesidades básicas. Es un problema que genera desintegración social, producto de transformaciones sociales globales generadas por la etapa neoliberal y un fuerte receso en las economías.
Un Estado serio debe al menos, tratar de revertir esta situación social grave con programas bien planificados. Debe evitar como lo más inmediato, sanear los manejos públicos y evitar el clientelismo político que es producto, precisamente de algunos manejos de fondos públicos indebidos. El Estado debe ser generador de una serie de políticas públicas que no sólo sean para el ciudadano, sino que surjan de y por el ciudadano, sin que esas estrategias lo atrapen en “estructuras” estado-dependientes. Se requiere para ello de un Estado que genere políticas de crecimiento, producción y pleno empleo, porque el pleno empleo es el que dignifica a los ciudadanos.
Sobre el empoderamiento y la participación de la comunidad me atrevo a decir que en la sociedad nos encontramos con tres polos con características bien definidas en primer lugar el Estado, el sector privado y el comunitario. El polo comunitario es parte de la expresión del pueblo que debería funcionar para la participación en la resolución de problemas comunes y un espacio definido para participar o intervenir en decisiones que sirvan para el bien común. Si miramos la historia argentina reciente, nos encontramos con que, hasta la década de los 80´ había un poder social, si vale la palabra, cuyas principal característica era tener fuertes reivindicaciones, que crecieron al calor del Estado benefactor. Ocurrió unos años más tarde que con la aparición de un Estado más bien débil, se ahondó la distancia entre formas políticas y participación colectiva. Además los dirigentes políticos convengamos fueron incapaces de movilizar a los sectores sociales. Entonces aparecieron nuevos movimientos sociales que acentuaron otras organizaciones, otra identidad.
Estos cambios no significaron que de la noche a la mañana un orden de organización popular retroceda y predomine otro, pero sí que las anteriores formas de organización se fueron debilitando dando lugar a organizaciones alternativas e independientes que fueron apareciendo con la idea de resolver problemas. Las organizaciones más antiguas, de todas maneras, jamás dejaron de hacer actos de presencia, pero los sectores populares empezaron a organizarse mediante otras formas y valores.
Entonces en este marco de crisis las acciones solidarias o colectivas aparecen ligadas a problemas concretos de sectores o barrios y de problemas cotidianos y surgen una gran cantidad de organizaciones propias de cada sector o lugares de trabajo. También fueron apareciendo nuevos sindicatos.
Estos movimientos sociales se observa que tienen su punto de asentamiento en el plano local, allí también aparecen múltiples iniciativas que resuelven los problemas cotidianos (hornos comunitarios, huertas familiares y comunitarias, cooperativas de consumo entre otras) es decir sectores donde se observa la búsqueda de alternativas para resolver el problema en torno al “pan de cada día”.
En tanto otras experiencias en el plano laboral, con cooperativas de trabajo, talleres comunitarios, cooperativas de vivienda (autoconstrucción) muestran una nueva “movida” en el ámbito comunitario.
De todas maneras, creo que estas nuevas formas organizativas no son realmente fuertes y consecutivas, terminan siendo temporales.
Para revertir la situación de crisis estructural de nuestras sociedades es necesario trabajar en la participación colectiva, exigiendo desde abajo hacia arriba. Ocurre que el Estado es el que debería fomentar esta participación social, a través de la creación de organizaciones sociales fuertes que trabajen en proyectos de inclusión para visualizar un futuro más prometedor y abarcador. Esto debe traducirse en participación y empoderamiento, tal como se hizo en otras épocas, con la gestión de cooperativas de trabajo, asociaciones mutualistas y civiles, fundaciones que tuvieron programas de desarrollo fuertemente ligados a la construcción social y económica, acompañadas por cierto con leyes, organismos funcionando a pleno con el desarrollo de estas organizaciones, con una numerosa participación social, de trabajadores, profesionales y estudiantes comprometidos con el desarrollo y un verdadero progreso social, lo que se denomina “Empoderamiento”, planificando acciones conjuntas con gran participación de distintas organizaciones.
En conclusión si tradicionalmente los movimientos sociales habían actuado ante los poderes públicos demandando mejoras en la calidad de vida o reivindicaciones puntuales, en los últimos tiempos las organizaciones libres del pueblo tienden a encarar una práctica autogestionaria donde los propios sectores populares son fundamentales para la solución de sus necesidades.